domingo, 15 de enero de 2012

The Meeting.

He was feeling more and more nervous as he walked down the deserted street, his hand trembling because of the chilly gust that had just reached his neck, but also trembling because of the anticipation that had taken over his mind for the last few hours. Every time he walked under a street lamp, his face shone with determination, not showing that his insides were as steady as a wind chime during a stormy night.

Each step drew him closer to where he was headed, and each step resonated across the street as a sound of hope. The hope that there were still things in life that would make your heart pound wildy at the very thought of it; the hope that there were still things in life worth a second thought, and that made you hold your breath, heavy with expectation.

He arrived at a gate built out of white metal bars. It creaked a little as he pushed it. He walked and climbed one, two, three, four... Seven steps. He arrived at a small landing.

That was it. All those days of preparation, of  being cautious, of taking each appropiate step... All of that had boiled down to this. This was his moment. He took a deep breath, and exhaled. He hesitated for a moment, as he finally made up his mind. He knocked once, twice. The sound of his knuckles on the cold, old wood was insufferable for him. Fifteen painful seconds went by, and as he reluctantly raised his hand to knock once more, the door opened and the short silhouette of a man with short, brushy, garying hair with a matching moustache was revealed. "Come on in, and have a seat. It's good to see you", he said. As he opened the door even more, he gave him a firm handshake and signaled him to come in. Feeling slightly at disconfort, he entered a room that was not very well lit by a lonely lamp in a corner, nextto two couches he was supposed to sit in; which he did.

The man sat rightacross him, and stared him down as though scanning him. There was a minute or two of an abolute and almost awkward silence that claimed posession of the room, as he twiddled his fingers in a nervous fashion and the man just remained silent, observant. They had a very polite exchange of pleasantries, and compared opinions on the weather and travelling dares, for he had just arrived from a long journey. Just as he thought that he should just get up and get out of there, the sound of a door being opened came from a small corridor to his left.

That was it. The actual moment of truth had come. Surprisingly, he was no longer nervous. The moments of tension while in presence of the man had managed to give him the perspective that things could have turned out much, much worse. He was there after all, wasn't he? The meeting had been arranged successfully. All was good, so he waited. And as he did, the person behind the door approached. The corridor was poorly lit, so he couldn't even make out a defined figure, nor a color.

But still, he knew. Holding that thought dearly in mind, he smiled.

Visión.

¿Qué es la vida sino el más dulce de los anhelos?
¿Qué es la vida sin el suspiro tenue de una amante?
¿Qué es la vida sin la felicidad que otorga el último rayo de sol del día?
¿Qué es la vida sino la más firme prueba de que el amor es algo palpable e indispensable?

Bellísima es la manera en la que somos ingratos a la vida cada día, creyendo que las más leves dificultades traerán dolor y tortura a nuestra existencia, creyendo que tenemos todo a favor para tomarnos nuestro tiempo para dar paso al enojo y descontento. Todo eso es de una belleza terriblísima, ya que gracias a nuestra ingratitud y egocentrismo, una cualidad innata de nuestra raza, somos capaces de sentir esos pequeños soplos de vida de cuándo en cuándo. Esos alientos que le dan a nuestra una existencia un sentido de propósito después de vagar como muertos sometidos a la más tortuosa de las experiencias. Esos alientos que logran separar nuestra visión de nosotros y llevarla más allá de nuestras propias mentes para poder disfrutar del sol y el viento como si fueran amigos que jamás conocimos. Que nos hacen apreciar lo sublime que es el amor, incluso no en la forma de una amante, o de un familiar; sino en la forma en la que todos amamos inconscientemente a todo y todos, la manera en la que logramos ser uno con el universo, con quienes nos rodean, y finalmente con nosotros mismos.

Así que: ¡Adelante! Bienvenidos sean los enojos matutinos, las prisas, las quejas, las peleas, las tristezas y demás tragedias. Pero nunca hay que olvidar cargar un poco de voluntad con nosotros día a día, ya que siempre estamos a solo un paso de distancia de una felicidad que, con suerte, puede pasar de ser algo esporádico a ser algo que rija tu vida por siempre jamás.

Una simple nota musical.

Hay emociones que no solo van acompañadas de memorias, sino de olores, sabores. Sensaciones especiales, intrínsecas de una eternidad en la que solo vive el dueño del recuerdo, así como el mismo. Sensaciones que te transportan a recovecos de tu corazón que fueron alguna vez nuevos para tí, que al paso de la erosión causada por tanta visita se convirtieron poco a poco en tus lugares favoritos, que te dan una sensación de perfecta protección y satisfacción. Calidez brindada por la luz de dicha memoria, que alumbra los momentos menos gloriosos de tu existencia como la luz de la esperanza; recordándote todo lo que es bueno, y todo lo que te espera al terminar la prueba por la que estés pasando. Es verdad que algunas de esas sensaciones evocan recuerdos que nunca podrán volver a ser como tales; ya sea por la cruel jugada de la distancia temporal o espacial entre sus participantes o escenarios, o incluso de ambos; o por la pérdida de la capacidad de sentir tan intensamente como en ese momento, condición propicia gracias a las circunstancias. Sea de esa manera u otra, aunque no podamos regresar a esos momentos evocados por el dulce rasgueo de una guitarra, el suave lamento de una flauta, o la sensual invitación de un saxofón; sentimos en nuestro interior una dicha y un júbilo similar, si no es que idéntico al de aquella ocasión. Ciertamente, hay muchas sensaciones que deberían dejarse ser, simplemente por que así como nos brindan dicha, pueden brindarnos más dolor del que somos capaces de soportar. No es algo fuera de lo común que ciertas melodías nos inunden los ojos mientras abruman nuestra mente con fantasmas de experiencias pasadas, fantasmas de expectativas que murieron con el alba de algún trágico día, fantasmas de caras que alguna vez calentaron nuestro corazón y nuestra cama. Son esas melodías las que causan que los corazones se vuelvan más frágiles que una figurilla de cristal, y de que lentamente los ánimos de las víctimas se vayan convirtiendo en sombras de lo que alguna vez fue un alma de naturaleza amorosa, afable y sin preocupación; ahora más fría que el botón de una flor que nunca jamás logró ver el sol.


¡Oh! ¡Qué magia! ¡Oh! ¡Qué increíble! ¡Lo sublime de la simplicidad de una nota musical! Una simple vibración, una alteración, un disturbio de la perfección del medio natural. Mas sin embargo, esa aberración de lo que solía ser perfecto da paso a un nuevo nivel de posibilidades de perfección. Todas infinitas, bellas, terribles. En aquello radica la evolución de nuestra percepción de todo el mundo. Un mundo con un punto de vista que puede ser moldeado a través de la voluntad del observador, y de la música que lo incentiva. Una secuencia de simples vibraciones basta para cambiar una situación, un momento, un día, una vida. Y si una vibración logra eso, ¿qué no podrá lograr la voluntado humana?


Deberían exhortarnos a ser como una simple nota musical, y así ser. Y ser auténticamente lo que puede lograr tantos cambios.