Hay emociones que no solo van acompañadas de memorias, sino de olores, sabores. Sensaciones especiales, intrínsecas de una eternidad en la que solo vive el dueño del recuerdo, así como el mismo. Sensaciones que te transportan a recovecos de tu corazón que fueron alguna vez nuevos para tí, que al paso de la erosión causada por tanta visita se convirtieron poco a poco en tus lugares favoritos, que te dan una sensación de perfecta protección y satisfacción. Calidez brindada por la luz de dicha memoria, que alumbra los momentos menos gloriosos de tu existencia como la luz de la esperanza; recordándote todo lo que es bueno, y todo lo que te espera al terminar la prueba por la que estés pasando. Es verdad que algunas de esas sensaciones evocan recuerdos que nunca podrán volver a ser como tales; ya sea por la cruel jugada de la distancia temporal o espacial entre sus participantes o escenarios, o incluso de ambos; o por la pérdida de la capacidad de sentir tan intensamente como en ese momento, condición propicia gracias a las circunstancias. Sea de esa manera u otra, aunque no podamos regresar a esos momentos evocados por el dulce rasgueo de una guitarra, el suave lamento de una flauta, o la sensual invitación de un saxofón; sentimos en nuestro interior una dicha y un júbilo similar, si no es que idéntico al de aquella ocasión. Ciertamente, hay muchas sensaciones que deberían dejarse ser, simplemente por que así como nos brindan dicha, pueden brindarnos más dolor del que somos capaces de soportar. No es algo fuera de lo común que ciertas melodías nos inunden los ojos mientras abruman nuestra mente con fantasmas de experiencias pasadas, fantasmas de expectativas que murieron con el alba de algún trágico día, fantasmas de caras que alguna vez calentaron nuestro corazón y nuestra cama. Son esas melodías las que causan que los corazones se vuelvan más frágiles que una figurilla de cristal, y de que lentamente los ánimos de las víctimas se vayan convirtiendo en sombras de lo que alguna vez fue un alma de naturaleza amorosa, afable y sin preocupación; ahora más fría que el botón de una flor que nunca jamás logró ver el sol.
¡Oh! ¡Qué magia! ¡Oh! ¡Qué increíble! ¡Lo sublime de la simplicidad de una nota musical! Una simple vibración, una alteración, un disturbio de la perfección del medio natural. Mas sin embargo, esa aberración de lo que solía ser perfecto da paso a un nuevo nivel de posibilidades de perfección. Todas infinitas, bellas, terribles. En aquello radica la evolución de nuestra percepción de todo el mundo. Un mundo con un punto de vista que puede ser moldeado a través de la voluntad del observador, y de la música que lo incentiva. Una secuencia de simples vibraciones basta para cambiar una situación, un momento, un día, una vida. Y si una vibración logra eso, ¿qué no podrá lograr la voluntado humana?
Deberían exhortarnos a ser como una simple nota musical, y así ser. Y ser auténticamente lo que puede lograr tantos cambios.
¡Oh! ¡Qué magia! ¡Oh! ¡Qué increíble! ¡Lo sublime de la simplicidad de una nota musical! Una simple vibración, una alteración, un disturbio de la perfección del medio natural. Mas sin embargo, esa aberración de lo que solía ser perfecto da paso a un nuevo nivel de posibilidades de perfección. Todas infinitas, bellas, terribles. En aquello radica la evolución de nuestra percepción de todo el mundo. Un mundo con un punto de vista que puede ser moldeado a través de la voluntad del observador, y de la música que lo incentiva. Una secuencia de simples vibraciones basta para cambiar una situación, un momento, un día, una vida. Y si una vibración logra eso, ¿qué no podrá lograr la voluntado humana?
Deberían exhortarnos a ser como una simple nota musical, y así ser. Y ser auténticamente lo que puede lograr tantos cambios.
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