¿Qué es la vida sino el más dulce de los anhelos?
¿Qué es la vida sin el suspiro tenue de una amante?
¿Qué es la vida sin la felicidad que otorga el último rayo de sol del día?
¿Qué es la vida sino la más firme prueba de que el amor es algo palpable e indispensable?
Bellísima es la manera en la que somos ingratos a la vida cada día, creyendo que las más leves dificultades traerán dolor y tortura a nuestra existencia, creyendo que tenemos todo a favor para tomarnos nuestro tiempo para dar paso al enojo y descontento. Todo eso es de una belleza terriblísima, ya que gracias a nuestra ingratitud y egocentrismo, una cualidad innata de nuestra raza, somos capaces de sentir esos pequeños soplos de vida de cuándo en cuándo. Esos alientos que le dan a nuestra una existencia un sentido de propósito después de vagar como muertos sometidos a la más tortuosa de las experiencias. Esos alientos que logran separar nuestra visión de nosotros y llevarla más allá de nuestras propias mentes para poder disfrutar del sol y el viento como si fueran amigos que jamás conocimos. Que nos hacen apreciar lo sublime que es el amor, incluso no en la forma de una amante, o de un familiar; sino en la forma en la que todos amamos inconscientemente a todo y todos, la manera en la que logramos ser uno con el universo, con quienes nos rodean, y finalmente con nosotros mismos.
Así que: ¡Adelante! Bienvenidos sean los enojos matutinos, las prisas, las quejas, las peleas, las tristezas y demás tragedias. Pero nunca hay que olvidar cargar un poco de voluntad con nosotros día a día, ya que siempre estamos a solo un paso de distancia de una felicidad que, con suerte, puede pasar de ser algo esporádico a ser algo que rija tu vida por siempre jamás.
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